Decidí seguir el camino. Tras una larga media hora andando noté una especie de fuerza que me hacía ir cada vez más despacio y no me dejaba avanzar hasta que estuve completamente quieta. Las casas ya eran puntitos brillantes en la lejanía. Saqué la linterna que había cogido de la mesita del jardín y la intenté encender pero no hubo manera. Genial, ahora estaba sola en medio de la semioscuridad del bosque. Aquello no estaba tan oscuro como cuando estaba en casa, pues el amanecer se iba apoderando del cielo pero seguía sin verse a más de cinco metros. Miré hacia arriba, hacia el cielo, donde se podían vislumbrar nubes oscuras que anunciaban fuertes lluvias.
Por el rabillo del ojo me pareció ver una sombra, algo que se movía rápidamente a mi alrededor. Un pequeño relámpago iluminó el cielo desde la lejanía. El fuerte estruendo del trueno me sobresaltó. No podía dejar de mirar hacia todas partes. La sombra desapareció en el mismo instante en el que otro relámpago más cercano iluminaba lo que había a mi alrededor. Ligeras gotas de lluvia empezaron a empaparme el grueso pijama a rayas verdes y blancas. Y empecé a sentir que el frío se me calaba en los huesos a medida que iba cayendo la lluvia más espesamente. Empecé a correr por el camino por el que había llegado a aquel lugar. Algo pesado cayó sobre mi espalda y caí de bruces. Me inmovilizó sentándose en mi espalda y agarrándome firmemente por las muñecas. Intenté girarme para poder ver quién se había abalanzado sobre mí pero no pude, me agarraba demasiado fuerte.
- ¡Suéltame! – Grité sofocada. Su peso sobre mi espalda oprimía mis pulmones y no dejaba espacio para que el aire los recorriera libremente.
Me tapó la boca con una mano y se acercó más a mí.
- Cállate, no hagas ruido o te oirán – Me susurró al oído.
Yo dejé de forcejear y él aflojó su agarre sobre mis muñecas pero continuaba sentado sobre mí.
Este chico no era el mismo que había visto antes. El otro tenía el pelo negro como la noche mientras que este tenía una corta melena rubia que caía sobre mis ojos al estar tan inclinado hacia mí. Su voz me era conocida.
- Creo que ya se ha ido. Levántate – Se levantó y tiró de mí hacia arriba hasta ponerme en pie. Entonces pude ver la cara de Oscar.
- ¿Qué coño era eso y qué haces aquí? – Le repliqué yo sin poder dejar de mirar a mi alrededor en busca de aquella cosa.
- Algo a lo que no te recomendaría acercarte demasiado. Pasaba por aquí, simple casualidad haberte encontrado por aquí.
- ¿A las 6:45 de la madrugada? A otro perro con ese hueso, majo.
- En serio. Vámonos, la tormenta podría empeorar, además, estás empapada, vas a coger una pulmonía como no vuelvas pronto a tu casa.
No volvió a decir palabra a pesar de que yo intentaba sonsacarle y me acompañó durante media hora más o menos, hasta que llegamos a donde ya se podían ver las pequeñas casas alineadas. La tormenta arreciaba y seguía diluviando, pero además de eso había algo extraño en mi calle. Todas las farolas del barrio estaban apagadas. Fui acelerando hasta que me encontré corriendo al pie del bosque. Al llegar al jardín me di cuenta de otra cosa extraña. Tanto la puertecita de la valla como la puerta que daba al jardín estaban abiertas.
Crucé el jardín y entré en la casa esperando sentirme segura pero en cuanto pase el umbral de la puerta, sentí un extraño olor, putrefacto, como cuando a mi padre se le quedaba algo por semanas en la nevera, pero esta vez no solo en la cocina, sino en toda la casa. Arrugué la nariz y subí corriendo las escaleras en dirección a mi cuarto y vi que la puerta estaba entreabierta. La abrí del todo y me di cuenta de que la habitación estaba completamente hecha un desastre. Había mantas y ropa a donde quiera que mirara.
- ¿Lucia?
Nada. Probé otra vez.
- Lucia, ¿qué ha pasado?
Había un silencio sepulcral, como si los pájaros hubieran decidido dejar de cantar en ese preciso momento.
Giré sobre mí misma y algo en el armario ropero me llamó la atención. Una de las puertas estaba abierta, algo extraño teniendo en cuenta que siempre ne aseguraba de que las dos puertas estaban perfectamente cerradas. Estaba apenas imperceptiblemente entornada. Me acerqué y abrí la puerta de un tirón. Una chica jóven soltó un gritito en el interior, presa del pánico y una melena rubia muy parecida a la mía quedó a la vista entre vestidos, camisas, pantalones y abrigos. Lucía abrió los ojos de par en par al reconocerme y me abrazó las piernas rápidamente, temblando, tirándome al suelo junto a ella.
-¿Lucía?¿Qué ha ocurrido?
-Ellos, han sido ellos- repetía la jóven contínuamente.
-¿"Ellos"?¿Quién "ellos"?- Yo estaba más nerviosa a casa segundo que pasaba, incapaz de comprender la situación. Era completamente surrealista. ¿Quién podría haber estado en mi casa que hubiera asustado tanto a Lucía, la que se ríe en las películas de mied...
Un ruido en la planta baja me hizo estremecer, y a Lucía conmigo. Se acercó a mí cuidándose de hacer el mínimo ruido
-Han vuelto- me dijo al oído, la voz temblándole.