9 nov 2013

Séptimo capítulo

Decidí seguir el camino. Tras una larga media hora andando noté una especie de fuerza que me hacía ir cada vez más despacio y no me dejaba avanzar hasta que estuve completamente quieta. Las casas ya eran puntitos brillantes en la lejanía. Saqué la linterna que había cogido de la mesita del jardín y la intenté encender pero no hubo manera. Genial, ahora estaba sola en medio de la semioscuridad del bosque. Aquello no estaba tan oscuro como cuando estaba en casa, pues el amanecer se iba apoderando del cielo pero seguía sin verse a más de cinco metros. Miré hacia arriba, hacia el cielo, donde se podían vislumbrar nubes oscuras que anunciaban fuertes lluvias.

Por el rabillo del ojo me pareció ver una sombra, algo que se movía rápidamente a mi alrededor. Un pequeño relámpago iluminó el cielo desde la lejanía. El fuerte estruendo del trueno me sobresaltó. No podía dejar de mirar hacia todas partes. La sombra desapareció en el mismo instante en el que otro relámpago más cercano iluminaba lo que había a mi alrededor. Ligeras gotas de lluvia empezaron a empaparme el grueso pijama a rayas verdes y blancas. Y empecé a sentir que el frío se me calaba en los huesos a medida que iba cayendo la lluvia más espesamente. Empecé a correr por el camino por el que había llegado a aquel lugar. Algo pesado cayó sobre mi espalda y caí de bruces. Me inmovilizó sentándose en mi espalda y agarrándome firmemente por las muñecas. Intenté girarme para poder ver quién se había abalanzado sobre mí pero no pude, me agarraba demasiado fuerte.

- ¡Suéltame! – Grité sofocada. Su peso sobre mi espalda oprimía mis pulmones y no dejaba espacio para que el aire los recorriera libremente.

Me tapó la boca con una mano y se acercó más a mí.

- Cállate, no hagas ruido o te oirán – Me susurró al oído.

Yo dejé de forcejear y él aflojó su agarre sobre mis muñecas pero continuaba sentado sobre mí.
Este chico no era el mismo que había visto antes. El otro tenía el pelo negro como la noche mientras que este tenía una corta melena rubia que caía sobre mis ojos al estar tan inclinado hacia mí. Su voz me era conocida.

- Creo que ya se ha ido. Levántate – Se levantó y tiró de mí hacia arriba hasta ponerme en pie. Entonces pude ver la cara de Oscar.

- ¿Qué coño era eso y qué haces aquí? – Le repliqué yo sin poder dejar de mirar a mi alrededor en busca de aquella cosa.

- Algo a lo que no te recomendaría acercarte demasiado. Pasaba por aquí, simple casualidad haberte encontrado por aquí.

- ¿A las 6:45 de la madrugada? A otro perro con ese hueso, majo.

- En serio. Vámonos, la tormenta podría empeorar, además, estás empapada, vas a coger una pulmonía como no vuelvas pronto a tu casa.

No volvió a decir palabra a pesar de que yo intentaba sonsacarle y me acompañó durante media hora más o menos, hasta que llegamos a donde ya se podían ver las pequeñas casas alineadas. La tormenta arreciaba y seguía diluviando, pero además de eso había algo extraño en mi calle. Todas las farolas del barrio estaban apagadas. Fui acelerando hasta que me encontré corriendo al pie del bosque. Al llegar al jardín me di cuenta de otra cosa extraña. Tanto la puertecita de la valla como la puerta que daba al jardín estaban abiertas.

Crucé el jardín y entré en la casa esperando sentirme segura pero en cuanto pase el umbral de la puerta, sentí un extraño olor, putrefacto, como cuando a mi padre se le quedaba algo por semanas en la nevera, pero esta vez no solo en la cocina, sino en toda la casa. Arrugué la nariz y subí corriendo las escaleras en dirección a mi cuarto y vi que la puerta estaba entreabierta. La abrí del todo y me di cuenta de que la habitación estaba completamente hecha un desastre. Había mantas y ropa a donde quiera que mirara.

- ¿Lucia?

Nada. Probé otra vez.

- Lucia, ¿qué ha pasado?

Había un silencio sepulcral, como si los pájaros hubieran decidido dejar de cantar en ese preciso momento.
Giré sobre mí misma y algo en el armario ropero me llamó la atención. Una de las puertas estaba abierta, algo extraño teniendo en cuenta que siempre ne aseguraba de que las dos puertas estaban perfectamente cerradas. Estaba apenas imperceptiblemente entornada. Me acerqué y abrí la puerta de un tirón. Una chica jóven soltó un gritito en el interior, presa del pánico y una melena rubia muy parecida a la mía quedó a la vista entre vestidos, camisas, pantalones y abrigos. Lucía abrió los ojos de par en par al reconocerme y me abrazó las piernas rápidamente, temblando, tirándome al suelo junto a ella.
-¿Lucía?¿Qué ha ocurrido?
-Ellos, han sido ellos- repetía la jóven contínuamente.
-¿"Ellos"?¿Quién "ellos"?- Yo estaba más nerviosa a casa segundo que pasaba, incapaz de comprender la situación. Era completamente surrealista. ¿Quién podría haber estado en mi casa que hubiera asustado tanto a Lucía, la que se ríe en las películas de mied...
Un ruido en la planta baja me hizo estremecer, y a Lucía conmigo. Se acercó a mí cuidándose de hacer el mínimo ruido
-Han vuelto- me dijo al oído, la voz temblándole.

30 nov 2012

Sexto capítulo.

                                                                    6
>>Estábamos en el centro comercial que había a pocos kilómetros del pueblo. Parecía que estábamos en invierno porque hacía mucho frío, y había mucha niebla. A penas se podía ver más allá de dos metros por delante de ti misma. Estaba desierto. Pero no podíamos estar ya en invierno, es imposible, porque estábamos a últimos de Septiembre. De repente le vi. Era el joven al que habíamos visto en el bar dos días antes. Iba vestido con un largo abrigo blanco inmaculado, que hacía sobresaltar su pelo negro como un cuervo en un prado cubierto por la nieve. Se acercó a mí y entonces me cogió una mano. Había algo diferente en él, pero no sabría decir qué era. Quizá sus ojos verdes. Me inquietaba ese brillo extraño. Que yo supiera nadie tenía ese color de ojos. Se acercó más a mí y entonces pude ver que sus dientes no eran blancos, sino de un tono rojo rosáceo. Y sus ojos… sus ojos no eran comunes. A parte del verde brillante, tenía los ojos moteados de dorado. Entonces recordé una cosa que se me había pasado por alto aquella tarde. Los ojos de Oscar eran exactamente iguales. Verdes moteados de dorado. ¿Sería una coincidencia? Entonces echó a correr hacia la puerta todavía agarrado a mi mano y me arrastró hacia la salida. En el exterior estaba todo nevado. Entre unos matorrales vi algo que se movía. Pensé que sería uno de los gatos callejeros que solían andar por los alrededores. Me acerqué a acariciarlo como acostumbraba a hacer siempre que iba pero me paré en seco. No era un gato, más bien parecía una especie de gárgola negra. Y estaba viva. <<


Me desperté sobresaltada por aquel extraño sueño. Eché un vistazo a Lucia que yacía dormida junto a mí en la cama abrazando mi peluche favorito – un elefantito azul que me regalaron de niña- de cara a la pared. Estaba boca abajo enredada con las mantas y dejaba caer un brazo por el hueco entre la cama y la pared. Ahogué una risita, no quería despertarla. No había mucha luz en la habitación, así que supuse que era temprano todavía. Me deslicé de la cama y me acerqué lentamente a la ventana. Me senté en el alféizar pero solo pude vislumbrar la fina línea anaranjada del horizonte a lo lejos. Entonces miré mi reloj de pulsera. La noche anterior debió de olvidárseme quitármelo. Recuerdo cuando mi tía me lo regaló por mi décimo cumpleaños. En aquel entonces era un precioso reloj blanco con florecitas rosas pero con los años el blanco se había oscurecido y ahora era gris, aunque las pequeñas flores conservaban su color.

Volví a mirar la hora, ya que a la primera no me había enterado de qué hora era. Eran las cinco de la madrugada.

Volví a la cama pero ya no me pude dormir. Aquella pesadilla me había erizado los pelos de la nuca. Lucía se revolvió a mi lado y me levanté definitivamente de la cama.

Me sentía extraña yendo de puntillas por la casa pero – en caso de que estuvieran – no quería despertar a mis padres. Pasé por delante de su puerta y eché un vistazo al interior de su habitación. No estaban.

Fui hasta el salón y encendí la tele pero a esas horas de la mañana no televisaban nada interesante así que salí al patio trasero y me senté en la vieja mecedora de madera que había traído mi madre de Australia. Nuestro patio tenía una pequeña franja de suelo entablado pero el resto era un verde jardín lleno de pequeñas florecillas que plantó mi madre cuando yo era pequeña, antes de que la ascendieran y empezara a viajar. Observé detenidamente el bosquecillo al que daba el patio. Cuando cumplí cuatro años recuerdo que mis padres me hicieron una fiesta con todos los vecinos del barrio.


Después de un pequeño festín que había preparado mi madre, pasamos horas jugando al escondite. Cuando oscureció, el bosque me pareció un buen escondite pero cuando me acerqué a la puerta de la valla que delimitaba nuestro patio noté que una mano se cernía sobre mi muñeca. Intenté zafarme de ella pero me sujetaba tan fuerte que me hacía daño así que me giré. Detrás de mí se encontraba una anciana de pelo lacio y canoso. Pequeños hilillos blancos se le escapaban del moño que horas atrás habían estado perfectamente colocados.

- Ni se te ocurra ir al bosque de noche. No sabes con qué te podrías encontrar – Su mirada era extraña pero me soltó la muñeca y yo volví a casa corriendo tanto como pude. Recuerdo que esa anciana siempre me ha dado escalofríos desde aquella noche.

Cuando todos se hubieron ido me acerqué a mi madre que se encontraba en la cocina lavando los platos en el fregadero de mármol blanco.

- ¿Quién era esa señora, mamá?

- Es una vecina, cariño, ¿te ha dicho algo?

- Me dijo que no fuera al bosque de noche, que no sabía con qué me encontraría. ¿Qué hay en el bosque?

- No hay nada – dijo secamente. Su mirada se endureció y yo salí de la cocina.

Al día siguiente me encontré a la misma anciana sentada en un pequeño taburete en el porche de su casa y decidí acercarme a preguntarle qué había querido decir con que “no sabía lo que me podía encontrar”.

- Hola, pequeña, no te meterías en el bosque, ¿verdad? – M e dijo en cuanto vio que me acercaba a ella.

- No, pero, ¿qué hay en el bosque? – pregunté yo a mi vez.
- Hay rumores de que desde que cae la noche hasta que amanece, sombras habitan el bosque. Hay gente que dice que son vagabundos pero otra gente más supersticiosa piensa que son seres de otro mundo. Seres que están dispuestos a matar a cualquiera que se adentre en su terreno. Por tu bien, niña, más te vale que no vayas al bosque ni por el día, ni durante la noche.






Recordar aquello me hizo estremecer. Siempre le he tenido respeto al bosque, pero desde entonces he vivido con la intriga de qué habría en realidad en el bosque.

Me fui acercando cautelosamente hacia la puerta de madera que separaba mi jardín del bosque. La luz anaranjada del alba iluminaba pobremente el trozo de bosque más cercano a la hilera de viviendas en la que se encontraba mi casa.

Abrí la puertecita que ahora me llegaba hasta la cintura y ésta chirrió levemente. Di un pequeño paso hacia el bosque. Una fría ráfaga de viento me heló la sangre pero me auto convencí de que no había nada en el bosque.

Fui adentrándome lo más sigilosa que me era posible teniendo en cuenta que una fina capa de hojas y ramitas secas ya cubrían el suelo. Entonces un rama crujió detrás de mí y di un respingo pero al darme la vuelta vi que no había nadie, sólo un pequeño mapache de los que suelen rondar por los alrededores del barrio.

Me giré hacia las entrañas del bosque, donde los árboles se iban apiñando y el follaje era más espeso. A mi me parecía un bosque normal y corriente pero había algo en el ambiente que me hacía dudar acerca de seguir el sendero que se adentraba en el bosque o darme la vuelta y volver a casa.

11 oct 2012

Quinto capítulo.

                                                      5

Miraba ya por décima vez el reloj de mi móvil cuando le vi aparecer en un todoterreno azul marino.

- Llegas tarde – Dije mientras me giraba hacia él, que ya se estaba bajando del automóvil.

- Perdón - Se sentó a mi lado en el banco en el que llevaba sentada veinticinco minutos -. Me he entretenido un poco comprando esto – Metió una mano en bolsillo delantero de su chaqueta de cuero negro y en ella apareció una pequeña bolsita. De la bolsita sacó una preciosa horquilla blanca con reflejos dorados -. Viniendo hacia aquí lo vi en un escaparate y pensé que estarías preciosa con ella puesta.

- Gracias – Yo me recogí un molesto mechón de pelo suelto que me caía sobre la cara. No sabía si me quedaba bien o no, pero lo que sí era cierto era que se agradecía poder deshacerme de aquel mechón.

- Te queda bien – Me miró. Una mirada tan intensa que me dieron ganas de coger su cara entre mis manos. Pero no lo hice. Lo de Javier estaba demasiado fresco.

Me cogió de la mano y me levantó del banco. Me medio arrastró hasta el coche y me abrió la puerta del copiloto. Yo entré y me puse el cinturón de seguridad. Estaba nerviosa, ¿A dónde me llevaba? Puso la radio, en una cadena en la que sonaba call me maybe, de Carly Rae Jepsen empezó a tararearla tímidamente. Yo le seguí y me puse a tararearla también y cuando terminó ésta sonó Payphone de Maroon Five que también acabamos cantando.

Al final, entre risas y tras veinte minutos de canciones y carreteras, me pudo la intriga.

- ¿A dónde vamos? No me lo has dicho.

- Es una sorpresa, ya lo verás.

Apoyé la cabeza en la ventanilla y miré hacia el exterior. A pesar de que ya estaba anocheciendo divisé un cartel que indicaba que la ciudad estaba a veinte kilómetros de donde nos encontrábamos y giró a la derecha para meterse en la autovía.

- ¿Vamos a la ciudad? – Dije girándome para poder verle la cara. Yo nunca había estado en la ciudad, me limitaba a andar por los alrededores del pueblo.

- No, aunque ya sé que nunca has estado en la ciudad, pero el lugar a donde vamos es un secreto – Me contestó y apartó un segundo la mirada de la carretera para mirarme y dedicarme una preciosa sonrisa torcida.

- ¿Cómo sabes eso? ¿Quién te lo ha dicho? – Le solté de repente alarmada.

- No me lo ha dicho nadie, tranquila. Se ve a simple vista.

¿Cómo? ¿Que se ve a simple vista? No hay quien se crea eso. Hay algo raro en este chico, algo sospechoso, y pienso descubrir qué piensa hacer.

Paramos en un Bar de carretera de no mucha clientela como se ve. Entramos y tintineó una campanita que había en la parte alta del marco de la puerta. La barra estaba llena de botellas vacías de whisky y cerveza. No me quiero imaginar el tipo de gente que frecuenta este bar.

Detrás de la barra se hallaba sentado un hombre alto y corpulento, con los brazos llenos de tatuajes. Uno en especial me llamó la atención. Era una calavera con las alas desplegadas y debajo había algo escrito. Me quedé mirándolo intentando descifrar lo que ponía.

- Hola Oscar, ya era hora de que te hayas dejado caer por aquí – Salió de detrás de la barra y le apretó la mano. Parecía que se conocían de antes -. ¿Te gusta? Dijo al ver que yo seguía mirando su tatuaje –. “Vita mors est”. Significa “La vida es muerte”. Es latín – Se me quedó mirando y se me erizó el pelo de la nuca. Ese hombre me daba mala espina.

Aparté la mirada y eché un vistazo al bar. Tenía las paredes llenas de posters de bandas de rock de los años 70. Algunos eran verdaderamente horribles.

Me percaté de que al fondo en una esquina, había un joven, menudo y encorvado sobre su botella de cerveza. Tenía el pelo negro como el carbón y parecía estar sumido en sus pensamientos.

Oscar se aproximó a uno de los taburetes de la barra y le dio la vuelta.

- Ven, siéntate, no vamos a tardar mucho.

Obedecí y me senté en el taburete. Tenía un cómodo cojín de terciopelo rojo que desentonaba bastante con el resto del establecimiento. En general era un cuchitril sucio y de muy mal gusto en la decoración.

Entonces Oscar vio al muchacho que había al fondo y que yo había visto momentos atrás.

Se puso de pie y se acercó a él con aire desafiante. El muchacho levantó la mirada y pude ver que tenía los ojos de un verde intenso muy extraño. Por una milésima de segundo me miró a los ojos y entonces se levantó.

- ¿Qué haces con ella? Teníamos un acuerdo, ¿recuerdas? – ¿Un acuerdo? El chico se acercó a Oscar pero no con la misma prepotencia con la que se le había acercado Oscar - ¿Sabes la que te puede caer encima si te ven con ella? Padre se va a enfadar.

- Padre se va a enfadar – Replicó Oscar levantando la voz en tono despectivo -. ¿Quieres dejar de hablar así? Pareces él. No…

- Perdonad – Interrumpí -. ¿Me podéis explicar algo? ¿Con ella os referís a mí? ¿Os conocéis? ¿De qué va esto?

- Alto, basta ya – Dijo entonces el hombre corpulento que había vuelto detrás de la barra -. Oscar, será mejor que te vayas. Ahora – Señaló la puerta con la mano y Oscar se alejó del chico. Vino hacia mí y se bebió de un trago la cerveza que había pedido nada más llegar y de la que se parecía haberse olvidado por completo al ver al joven que se había vuelto a sentar.

- Vámonos – Me ordenó Oscar en un tono tan áspero que se me puso la carne de gallina. Daba miedo.

Salimos del establecimiento y entramos en el coche. Arrancó y dio media vuelta para volver a la autovía.

- Perdón por el numerito que ha montado, no pensaba que estuviera aquí a estas horas.

- ¿Quién era?

- Un conocido – Me miró a los ojos pero no sonrió como en la vez anterior. Se le veía tenso.

Decidí que era hora de cambiar de tema.

- ¿"Ella" era yo?

- Si, se refería a ti, pero no tenía razones para hacerlo. Mejor volvamos al pueblo cuanto antes.

Oscar me dejó en la puerta de casa y se fue sin despedirse. En cuanto estuve en mi habitación llamé por teléfono a Lucia y en diez minutos estaba llamando al timbre de la entrada principal. Si es cuestión de cotilleos, ella es la más rápida. Por eso dirige el periódico del instituto, porque siempre se entera de todo. No es exactamente un periódico, son dos hojas semanales con los cotilleos de la semana, las actividades que se realizan durante el curso y cada tres meses, el horario de las audiciones para la obra de teatro trimestral.

- ¿Cómo ha ido? – Me preguntó enseguida cuando abrí la puerta de entrada.

- Ha sido extraño – Admití -. Hemos ido a un bar de carretera y creo que tenía pensado hacer algo después de eso, pero se encontró con no sé quién que no pensaba que estaría y tuvimos que irnos. No sé por qué razón estuvieron hablando sobre mí. El chico decía algo de que su padre se iba a enfadar si le veían conmigo.

- De verdad que es raro – Dijo ella dirigiéndose a la cocina. Siempre que venía a mi casa saqueaba la nevera -. Pero tú míralo de esta manera. ¿Te acuerdas de lo que te dije? Para averiguar algo, te tienes que acercar. Tienes que pasar más tiempo con él para saber lo que está tramando. Quién sabe, a lo mejor te coge confianza y te confiesa sus más oscuros secretos – Concluyó con voz pícara.

- Puede ser, pero aun así, sigue siendo extraño. Me dan escalofríos solo de pensarlo. ¿Quieres quedarte a dormir? Mis padres ni se enterarán.

- Está bien, al fin y al cabo, mi madre está fuera del país, como de costumbre.

Lucia era huérfana de padre y su madre siempre estaba trabajando. Algo parecido a la mía, pero por lo menos yo tengo a mi padre aunque no me haga mucho caso. Por eso, pasa la mayoría de su tiempo en mi casa, y a mis padres no les importa.

Había sido un día agotador.

28 sept 2012

Tercer y cuarto capítulo.

                                                                 3
                 
Por fin llegó el día de inicio de clases. No estaba precisamente entusiasmada por empezar las clases, pero la incertidumbre de quiénes serían los nuevos me estaba matando. No sabía qué ponerme así que me decanté por unos pantalones cortos azul oscuro y una camiseta larga blanca. Me puse mis sandalias favoritas, unas negras, y bajé a desayunar.
Me sorprendió encontrarme a mi padre en la cocina. Estaba viendo uno de esos programas de la televisión en los que va el presentador por la calle preguntando a gente.

- Buenos días, Carla – Me dije a mi misma dado que mi padre estaba demasiado concentrado en el televisor. Él asintió con la cabeza al oírme.

Me serví un vaso de leche y me contesté mientras me lo bebía.

- Buenos días.

Cuando me terminé el vaso de leche, lo metí en el fregadero y apegué el televisor. En cuanto lo hice mi padre se puso en pie dispuesto a regañarme pero lo acallé levantando la mano.

- Vas a llegar tarde al trabajo, date prisa – Señalé su corbata -. Te has manchado la corbata de café, creo que es mejor que te la cambies.

- Gracias hija, que te lo pases bien en tu primer día de instituto – Me respondió dedicándome una sonrisa soñolienta. Me sorprendió que se hubiera acordado.

Cogí mis llaves, el móvil y la mochila ya salí casi corriendo de casa. No quería llegar tarde el primer día.

Había quedado con Lucia a la puerta del instituto pero parecía ser que todavía no había llegado. De repente la vi cruzar la esquina y acercarse a mi aprisa. Me dio dos besos y nos dirigimos juntas a la entrada con los brazos entrelazados.

De repente Lucia se paró en seco.

- Mira, esos dos tienen que ser los nuevos – Me dijo al oído mientras señalaba hacia una esquina.

Entonces los vi. Los hermanos. Eran ellos. Ella, la que se enrolló con Javier estaba coqueteando con un chico del instituto y retorciéndose unas extra largas extensiones rubias. Él, el descarado de la vez anterior que me sacó la foto estaba con ella y riéndose de su descarado coqueteo. No me lo podía creer.

Me paré en seco.

- Ellos, son ellos. Ella es a la que vi con Javier y él es el que me encontré por la calle yendo a tu casa, el que me sacó la foto.

-¡Venga ya! Como la pille le arranco esas extensiones de cuajo y la dejo calva.

Hizo un amago para ir hacia ella con la cara hecha una furia pero yo la agarré por el codo.

- ¡No puedes! Tranquilízate, ya pensaremos algo. Ahora entremos en clase, no querrás llegar tarde, ¿no?

- Está bien, lo haremos a tu manera, pero como no funcione le arranco las extensiones. ¡Lo juro!

- Que si… Venga, ya veremos luego que hacemos.



                                                   4
Al ser el primer día de clase, fue uno de los pocos que no terminé en el aula de castigo después de las clases. Solía irme de clase ciertas horas pero nunca el día entero, y aunque nadie le daba demasiada importancia debido a mis buenas notas, muchos días acababa en el aula de castigo.

Así que ahora estaba en los pasillos del primer piso del instituto con Lucía, llevando a cabo nuestro plan de espionaje. Estábamos escondidas detrás de una sección de taquillas vigilando cada uno de sus pasos.

- ¿Espiando a mi hermana? – Las dos pegamos un bote al oír una voz detrás de nosotras. Conocía esa voz.

Nos dimos la vuelta a la vez y nos encontramos frente a aquel chico, el hermano.

- Tú eres la de la foto, ¿no? Soy Oscar. La otra vez o me diste oportunidad de presentarme.

- De lo que sí tuviste oportunidad fue de sacarme una foto con el móvil, ¿verdad? ¡Ay! – Lucía me había dado un leve codazo en las costillas.

- Ahá. – Asintió con la cabeza y sacó el móvil -. De hecho sales muy guapa.
Nos enseñó la foto. Es cierto, la verdad es que no salía mal en la foto.

- Em, gracias, supongo – Me hizo gracia cómo hacía una mueca. Como si no estuviera seguro de cómo iba a reaccionar.

- Bueno, yo me tengo que ir. Os dejo solos, ¡no hagáis nada raro!- Dijo de repente Lucía, y se fue escaleras abajo corriendo y riéndose.

Oscar y yo también nos echamos a reír.

- Así que, nos hemos quedado solos. Será mejor que nos vayamos ya, esto se vacía enseguida. Ven, te invito a un helado. Ya sé que es una excusa muy mala para pasar un rato conmigo pero, por probar no se pierde nada, ¿no? Bueno…– Parecía nervioso, hablaba muy rápido.

- Está bien – Le corté – Quedamos a las seis en el parque de las fuentes.
Y después salí corriendo para alcanzar a Lucía.

Ella se había quedado sentada en uno de los bancos de la calle esperándome para le contara todos y cada uno de los detalles de nuestra conversación. Como siempre, los ojos le echaban chispas de la emoción ante noticias frescas.

- Bueno, qué, ¿qué ha pasado? – No paraba de retorcerse las manos. Me estaba poniendo nerviosa.

- Lo primero de todo… ¡Para! Deja de frotarte las manos. Me pones de los nervios – Dejó caer las manos a los costados y las apoyó en el banco -. Bien. Y segundo, hemos quedado a las seis en el parque de las fuentes.

- Guau Carla, no hace ni dos semanas de lo de Javier y ya estás tonteando con otro. Que ritmo llevas – Dijo entre risas.

- No llevo ningún ritmo, y lo sabes.

- Uh, sí que lo llevas cariño. Aprovéchalo. Úsalo como un experimento. Fíjate en cómo reaccionará Javier cuando os vea juntos. Además, gracias a él podrías acercarte a su hermana. Co dicen, ten a tus amigos cerca y a tus enemigos todavía más cerca.

- Vale, lo que tú digas pero ahora me tienes que acompañar a casa. Tienes que decirme que me pongo – Le puse ojitos de cordero degollado y ella rodó los ojos.

- Está bien, me debes una.

Y juntas nos fuimos a mi casa.

Cuando llegamos Lucía subió corriendo las escaleras de mi casa hacia mi cuarto pero yo me quedé en la cocina un momento para beberme un vaso de leche.

Había una nota encima de la encimera de granito que ocupaba casi toda la pared. A papá no le gustaba que la encimera fuera tan oscura pero mamá insistió tanto que al final, como con la decoración del resto de la casa cedió y acabó haciéndose lo que ella dijera.

Leí la nota.

“Cariño, esta noche no me esperes para cenar. Hoy viene tu madre de Berlín y vamos a salir a cenar. Probablemente pasaremos la noche fuera así que, si sales, no vuelvas tarde. Diviértete y pórtate bien. Te quiero, papá.”

Perfecto, hoy toca quedarse sola hasta que vuelvan. Que eso será más o menos a las cuatro de la madrugada. Como de costumbre.
Subí las escaleras y me encontré un vestido vaporoso de seda blanca con un lazo pequeño negro en la cintura sobre mi cama. Ese vestido era de mi hermana Amanda que hacía dos años se había ido a trabajar a Alemania.

Era de tirante y ceñido en la parte de arriba pero a la altura de las caderas se soltaba y caía en suaves ondas.

- He encontrado esto en tu armario. Te quedaría perfecto con tu melena rubia. Parecerías un ángel. ¿Cómo es que nunca te he visto con ese vestido puesto?

- Era de mi hermana. De antes de que se fuera a Alemania. Por eso nunca me lo he puesto. Me recuerda demasiado a ella.

- Pues hoy es el día perfecto para que te lo pongas. Añádele nuevos recuerdos a este vestido y qué mejor momento que una cita.

- No es una cita. Solo… hemos quedado. Como amigos. Nada más.

- Lo que tú digas – Me dijo ella rodando los ojos.

Cogí el vestido y me dirigí hacia el vestidor que había al lado de mi armario ropero.

- Vale, me lo pruebo pero si no me gusta me cambio.

- Como quieras.

Me probé el vestido y me solté la cola de caballo con la que me había recogido el pelo. Me cayó sobre los hombros y la espalda en ondas doradas. Salí para que Lucía me viera.

- Jo-der. Perdona pero es que estás guapísima. Aunque esos calcetines a rayas no pegan mucho. – Dijo sonriendo y señalando mis pies.

Miré hacia abajo. Mierda, me había olvidado de quitarme los calcetines. Debía de estar patética con un vestido precioso, el pelo suelto, las ondas sobre mis hombros y unos calcetines a rayas verde fosforescente. Genial.

Me quité de un tirón los calcetines y me calcé unas sandalias negras preciosas con un poco de tacón.

- Así estas mejor. Date la vuelta y mírate en el espejo de cuerpo entero. – Fui a girarme pero me agarró - ¡Espera! Primero voy a maquillarte. ¿Tienes raya? Ah, ahí hay una – Se apresuró a coger mi ‘eye liner’ de Avon. – A ver, cierra el ojo… Bien, ábrelo. Ahora el otro. Ya está. Mírate.

Me giré lentamente hacia el espejo de cuerpo entero del pasillo del piso superior. Dios mío. ¿Esa era yo? No me lo podía creer. El eye liner resaltaba mis ojos azules y las ondas rubias me caían suavemente por los hombros hasta media espalda. El vestido me quedaba como un guante.

De repente vi por el reflejo del espejo que Lucía se me acercaba por detrás para hacerme cosquillas.

Nos tiramos al suelo y ella se puso encima de mí.

- ¡Para! Vamos a arrugar el vestido, te lo digo en serio – Le dije yo entre risas. Nos revolcamos por el suelo hasta quedar yo encima y me levanté de un salto.

Lucia me tendió un brazo para que la ayudara a levantarse. Yo se lo cogí y la levanté un poco pero le solté el brazo y ella se cayó hacia atrás. Parecíamos Los payasos de la tele. Estalló en carcajadas.

-¿A qué ha venido eso? – Me replicó.

- Te la debía.

- Tú no me debías nada. Yo te he hecho cosquillas pero tú solita te has tirado al suelo.

- Vale, bien, volvamos a la habitación – Concluí la conversación.